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Enero 2013 – parte I «Deberíamos ser menos escépticos y más creyentes»


Decía en entradas anteriores que 2012 se fue con buen rollito, con presagios de un 2013 esplendoroso y fructífero. Sea así o no, es lo que necesitamos pensar para seguir adelante.

Mi Enero de 2013 vino con fuerza. No digo que con fuerza revitalizadora, ni digo que sea una fuerza de apaleamiento de ilusiones. Digo que con fuerza. Poderoso. Ni un respiro me dejó.

Enero entró con el voluntariado que inicié a día 2. Había ido al hospicio (Martlets Hospice) el 24 de diciembre -sí, ese- para una pre-visión del asunto, pero no fue hasta el día 2 que empecé oficialmente mis servicios de trabajadora gratuita (¿cómo puede ser que esto no lo haya inventado España?). Quizá en algún momento se me ocurra explicar que esto que llamo gratuidad no es tan gratuito como lo pinto, a fin de cuentas es una forma de abrir puertas.

También empecé mi curso de BA (Business and Administration), que es online, todo online, insisto. Y gratuito también, hasta que no entregues algo a tiempo y te penalicen con 65 libricas, que no es mucho, pero que te joden igualmente.

Por otro lado, llevaba a rastras el papeleo para solicitar la Ayudantía Comenius, esta que el OAPEE no supo decirme si tenía derecho a solicitar o no como residente en el país que quería como destino (definitivamente, si quieres trabajar en España, no llenes tu currículum de logros, menta cuanta cagada hayas cometido, y si no son suficientemente gordas, invéntatelas; a poder ser, comenta que has timado a algún mendigo, que eso debe de dar mucho reconocimiento).

Como depender de papeleo es siempre un infierno, las fechas límite se me echaron encima más pronto de lo esperado (es una habilidad del calendario, cuantos más días necesitas para sobrevivir, más cortos se hacen los que de hecho tienes, y no te da tiempo a nada) y me vi a mitad de mes, con la primera unidad del curso -que es online, recordemos- pendiente de terminar (entregar a día 21), el rollo Comenius sin detallar del todo (fecha límite el 31) y la conexión pendiente de ser cortada (fecha estimada el 21).

Los cursos online se llaman así porque dependen de la conexión. Este en concreto depende mucho.

Apuros engorrosos de primera instancia para la tercera semana de Enero, pero consigo entregar «los deberes».  Para cuando perdimos la conexión, tenía todos los cabos atados, así que me quedé tan tranquila… hasta que empecé a dejar de tenerlos tan atados y la desesperación vino con estos nudos flojos y traicioneros:

  • Error en el CV Europass. Eso se corrige accediendo a la página web… que sin conexión, suele ser que no carga.
  • Falta el billete de tren para poder entregar lo de la Comenius en el Consulado. Si no se puede acceder a la web, habrá que pagar el doble en ventanilla, pero al menos tiene arreglo.
  • Faltaban copias de algunos certificados.

MiTHito se hizo con el billete de tren  en el trabajo, también escaneó algún certificado y fotocopió otros. Aún así, me quedaron un par de cosas pendientes. Como fuere, el lunes 28, tenía que partir a Londres para entregar mis árboles (sí, te piden tanto papel, que el gasto medioambiental es como de dos o tres árboles por persona, contar por hojas ya es ridículo).

Así me veo la semana previa:

Pasar por la biblio para usar la conexión gratuita. Aprovecho para ir el miércoles, que es cuando tengo voluntariado, y así tengo billete de bus por narices. Me bajo en el centro y voy a la mega bibioteca que tenemos allí. Me enchufo en un ordenador -¿no es milagroso pillar uno libre así de fácil?- y descubro que tenemos derecho a una sesión diaria y que va a durar 15 minutos. Genial, porque ese es casi el tiempo que le lleva al chisme cargar la página de inicio… Bueno, vale, es una exageración, pero arriesgarse a cargar un CV Europass en esas condiciones es del género bobo. Así que de momento me limité a entregar mis deberes (lo de BA) rápidamente, y ya iría a la biblio del barrio para corregir el CV Europass ese.

Al día siguiente, salí en busca de la biblioteca del barrio, y cuando “tiene que estar por aquí”, al poco de pasar la guarida de los autobuses, resulta que no está.

Sigo andando…

Igual es que no estaba al poco de los autobuses…

Ni al mucho…

¿Seguro que estaba al final de la cuesta?

No, no puede ser. La última vez no estaba tan lejos…

¡Anda! ¡Y tampoco la señalaban al otro lado de la calle! ¿Por qué están diciendo que está al otro lado?

Me aproximé, siguiendo las indicaciones, al maravilloso barrio de Whitehawk, conocido por ser una pena que una cosa potencialmente tan bonita esté habitada por lo más feo de la sociedad (es un barrio marginal con muy mala fama y que parece que el ayuntamiento está intentando “re-habilitar” de algún modo. Como ejemplo, así de grave es el asunto, o así también).

Caminé para integrarme en la zona, y no vi nada parecido a un colegio o a una biblioteca, así que desistí.

Mientras desandaba el camino, pensé en cómo las casualidades se confabulan con frecuencia entorno a mí para que algo simple se convierta en la cosa más compleja posible. Como le dije a mi hermana, ¿qué probabilidad había de que abdujeran la biblioteca del barrio? Seguramente escasa. Pero ahí me encontré yo, dando de bruces con una respuesta a mi pregunta inicial “¿dónde narices está la biblioteca esta?”. Cuando me digo, otra vez, que “debería estar por aquí”, observo que el descampado que hay en su lugar tiene un cartelito muy mono que dice algo así como «OJO!!! Demolition in progress”.

En realidad, lo de in progress ya estaba obsoleto, ahí no quedaba nada más que un suelo pobre con unos cuantos hierbajos encima. Y eso era todo lo que yo iba a encontrar de la biblioteca: el recinto.

Sí, por supuesto. La biblioteca fue abducida solamente para que yo no pueda hacer mi papeleo, es bastante obvio.

Estupendo. La biblioteca del centro me da 15 minutos para todo el rollo, y la biblioteca del barrio… bueno, aún queda la posibilidad de que esté efectivamente en algún lugar del Bronx inglés este que tenemos aquí al lado.

Dada la situación de emergencia que se estaba produciendo, empecé a pensar en cibercafés, locutorios y lugares semejantes, pero en realidad, no tenía claro dónde encontrarlos -ni conexión a internet para averiguarlo-, y eso que llegué a estar en uno incluso. Así que surgió la otra alternativa: Andrea.

Andrea es una vecina que conocimos recientemente gracias a terceros. Entre pitos, nevadas y flautas, llegamos al viernes; y teníamos a Andrea corriendo de aquí para allá, pero dispuesta a dejarnos su conexión en cuanto fuese posible.

Mientras no fue posible, teníamos también toda la intención de salir a explorar la zona peligrosa…

El sábado a medio día miMiTHito quiso acompañarme y demostrarme que no soy idiota, ni estoy ciega; que si no había podido encontrar la biblioteca, sería porque no estaba, aunque le costase asumir que al ayuntamiento se le ocurriese cargarse la biblioteca, así, sin más.

Allá nos fuimos a ver el descampado. Sí, MiThillo estaba de acuerdo, ahí era donde debía estar la biblioteca. Para MiTH estaba claro; para mí, que dejo siempre abierta la posibilidad de ser estúpida, no lo había estado tanto; pero fue un alivio comprobar que no era la única incapaz de ver la biblioteca y que la única conclusión lógica, como ya he dicho, era que había sido abducida.

Como yo sabía de la indicación de más arriba, seguimos caminando hasta el desvío y nos adentramos en el barrio chungo.

Un alivio encontrarla, y una de “para darse de cabezazos” por no haber dado un par de pasos más la vez anterior. Allí estaban todos los edificios de interés: cole, centro de salud, biblio.

Feliz de la vida, llego a una puerta cerrada. Cerrada. ¿Cerrada? ¡No, por favor!

No, no estaba cerrada. Estaba temporalmente cerrada. Porque los sábados se cierra a medio día. Y, oyes, hay que contentarse, porque si llegamos a ir el domingo, sí que habría estado cerradísima. Volver a casa era absurdo, volver a ningún lado era absurdo. Estando en el culo del mundo, lo único que podíamos hacer era explorar el barrio mientras esperábamos a que nos abriesen de nuevo –porque, señores, en este país existen barrios que no tienen ni un solo bar. No, la gente no desayuna en el bar de la esquina, el cafelito (y las beans) se toma en casa-.

Conseguimos corregir el CV dichoso, aproveché para descargar tooooodo el curso de BA (por si las moscas), y así fue como descubrí que tenía un mensajito de mi tutora. Un mensajito chupi guay: que tengo un par de cosillas incompletas, que tengo que entregar de nuevo todo el ejercicio con esas cosas corregidas, y que la fecha límite es… mañana.

Un domingo.

¿Quién en su sano juicio pone de fecha límite el domingo?

Pensándolo bien, si las bibliotecas pueden ser abducidas, ¿por qué no vamos a tener fechas de entrega en domingo? Deberíamos ser menos escépticos y más creyentes.

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2 pensamientos en “Enero 2013 – parte I «Deberíamos ser menos escépticos y más creyentes»

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